viernes, 2 de mayo de 2008

LIBERTAD RESPONSABLE

Se habla mucho hoy de la libertad, de una libertad que poco o nada tiene que ver con la auténtica libertad: la libertad responsable de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, la libertad que ejercitamos cuando hacemos el bien. No es libertad dejarse llevar por lo que piden los instintos o los afectos desordenados que impulsan a hacer el mal. Libertad no es hacer lo que uno quiera, lo que le apetezca; la auténtica libertad reprime el estímulo que le incita al mal y favorece el acto voluntario que realiza el bien. Hace mucho daño la libertad sin la estimulación al bien. El terrorista y el violador obran libremente pero hacen el mal. No hay que acobardarse ni dejarse llevar por las pasiones: hemos de estimular y crear las condiciones necesarias para hacer el bien y evitar las ocasiones que llevan al mal.
La libertad humana es la que ejercitamos cuando hacemos el bien. Y en esto consiste la educación de los niños y los adolescentes: proponerles principios e ideales para que ellos desplieguen sus cualidades, libre y responsablemente. Educar no es imponer desde fuera una ley para que los niños cumplan las normas positivamente, se trata de que ellos encaucen su libertad interiorizando la ley con amor y así realizar los grandes objetivos que se han propuesto. Pero esos ideales hay que estimularlos responsablemente porque la naturaleza humana, caída por el pecado original, tiende hacía el mal; de ahí la necesidad de la oración y la gracia santificante que perfecciona la naturaleza. Ser católico es vivir en libertad, libertad ordenada hacia el bien, que necesita ser educada para que cumpla fielmente los Mandamientos de la Ley de Dios y acate la autoridad responsablemente.
Sin obediencia y sin responsabilidad no hay libertad; hay caprichos y pasiones desordenadas que arrastran al vicio y a la corrupción. La educación ha de basarse en principios que posibiliten las condiciones que ayuden al educando a hacer el bien. No se puede decir que el niño se oriente solo y que la vida le irá orientando; hemos de orientarlo hacia el bien; no se puede dejar que vaya desnudo o que coma sólo lo que le gusta; no hay que ser imparciales: al niño enfermo hay que llevarlo al médico y al que miente hay que enseñarle a decir la verdad. No hay indiferencia, a los niños hay que enseñarles a hacer el bien y evitar el mal.
No se trata de formar a los niños a nuestra imagen y semejanza, sino a imagen y semejanza de Cristo. De ahí la necesidad de educarlos en las virtudes evangélicas, reveladas por Dios. Porque a los niños que no s eles habla de Dios terminan con una concepción de la familia, del mundo y de la vida sin Dios, excluyen a Dios y así se forma una sociedad enferma, loca.
Hoy se organiza la vida prescindiendo de que en la sociedad hay unos menores a los que hemos de educar en la verdad y el bien; los adolescentes son un aparte esencial de la sociedad.

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